Si viajas a la Habana muchos te dirán que debes adentrarte en los majestuosos salones del Capitolio; Caminar por el Malecón más famoso del mundo; Disfrutar del maravilloso espectáculo del Cabaret Tropicana; o simplemente tomarte un Cuba Libre en algún lugar mítico como La Bodeguita del Medio.
Sin embargo hoy voy a proponerte un sitio que quizás te sorprenda, pero que es una de las joyas que la Ciudad de la Habana guarda para sus habitantes y para quienes la visitan: El Cementerio de Colón.
Y te preguntarás el porqué de esta sugerencia tan distante de la diversión y de la alegría, y la respuesta es muy simple: El Cementerio de Colón, en la Habana, es para muchos un enorme museo al aire libre y un lugar donde la historia y la leyenda se funden. Muchos especialistas lo sitúan por sus maravillosas esculturas y panteones como el tercero en importancia estética del mundo, sólo detrás las necrópolis de Staglieno, en Génova y de Montjuic, en Barcelona.
Te invito a conocer varias de las razones por la que debes visitar el lugar:
La Tumba de La Milagrosa
Amelia Francisca de Sales Adelaida Ramona Goyri y de la Hoz fue una joven perteneciente a la aristocracia cubana. Desde niña ella y su primo José Vicente Adot y Rabell estaban enamorados y pese a una relación convulsa finalmente se casaron en el año 1900. Tras casi un año de felicidad, Amelia quedó embarazada pero a los ocho meses el parto se adelantó y el 3 de mayo de 1901, día de la Santísima Cruz, madre e hija fallecieron.
Quiso José Vicente darle sepultura en una humilde bóveda situada en el noreste, campo común No. 28, muy próxima a la Capilla Central y Amelia fue enterrada con su hija colocada entre las piernas, como era entonces la costumbre española.
Sin embargo, cuando Amelia llevaba 13 años de fallecida, muere el padre de José Vicente y este decide enterrarlo en la misma bóveda de su amada. Se afirma que entonces, al abrir el ataúd de Amelia, los presentes constataron incrédulos que los dos cuerpos estaban intactos y ella estrechaba a la criatura entre sus brazos. La bóveda se tapió, pero el suceso se propagó por todo el país provocando una historia de amor donde se conjugan la realidad, con la leyenda y lo espiritual.
Nadie sabe cuál fue la primera madre que fue a rogarle por la salud de su hijo, pero desde entonces, Amelia en su tumba se convirtió en La Milagrosa, a donde van a rogarle por sus milagros. A través de los años este culto fue fortaleciéndose y aún en nuestros días, su tumba se mantiene llena de flores y es una de las más visitadas.
El Monumento a los Bomberos del incendio de 1890
El sábado 17 de mayo de 1890 las llamas envolvieron a la ferretería Isassi, en la esquina de Mercaderes y Lamparilla, en La Habana. Eran cerca de las 10 y 30 de la noche.
Ante el aviso del sereno del barrio que se encontraba de guardia, el repiquetear de las campanas de iglesias cercanas y los gritos de auxilio de lugareños, se pusieron en rápido movimiento los bomberos municipales y trabajadores del Comercio, policías, marineros y vecinos que acudieron para brindar su solidaridad.
Una fuerte explosión hizo saltar a varios metros a la redonda, los cristales de puertas y ventanas del centro comercial y provocó derrumbes de sus gruesos muros y techos que sepultaron a un puñado de valientes, quienes, sin conocer la peligrosidad de la mercancía almacenada, intentaron penetrar al edificio para facilitar el acceso de mangueras al establecimiento.
En el incendio fallecieron 26 bomberos y algunas otras personas, principalmente agentes del orden público y se contabilizaron más de 100 heridos. El siniestro causó conmoción en el país y se convocó a un concurso para levantar un monumento en el principal cementerio de la nación. El arquitecto Julio M. Zapata y el escultor Agustín Querol, ambos españoles, fueron los responsables del proyecto.
La construcción del mausoleo comenzó en 1892 y fue develado en julio de 1897 y está considerado como uno de los más impresionantes conjuntos escultóricos de la necrópolis. Es imposible caminar por esa calle sin detener la mirada en la estructura que se despega hasta 10 metros del piso, como quien pretende acercar al cielo el alma de los cuerpos que protege.
La tumba de La Fidelidad
Otra de las tumbas más visitadas en el Cementerio de Colón es seguramente la de Jeannette Ryder (1866-1931), filántropa norteamericana que vivió en Cuba a principios del siglo XX, donde fundó en 1906 la organización humanitaria llamada Sociedad Protectora de Niños, Animales y Plantas, también conocida como el Bando de Piedad.
Esta mujer de 33 años desde su llegada se inició en la tarea de ofrecerles ayuda a los numerosos niños desamparados que recorrían la ciudad. Se detenía a hablar con ellos, se interesaba por la situación individual de cada uno y en muchas ocasiones utilizaba sus escasos recursos monetarios para entregarles una limosna.
El perro Rinti era su fiel acompañante. La seguía a todas parte, velaba su sueño y compartía con ella sus alegrías y frecuentes tristezas y este fiel e inseparable amigo la siguió también hasta el cementerio, el 11 de abril de 1931, donde con 65 años de edad fue inhumada.
Cuentan que después de su muerte, Rinti se echó a los pies de la tumba y que rechazando los alimentos y el agua que le ofrecían los cuidadores del cementerio, murió de tristeza y fidelidad a los pies de su amiga humana.
Posteriormente, el escultor cubano Fernando Boada creó la escultura actual que muestra un perro descansando a los pies de la tumba. La obra, hecha con piedra de cantería, se inauguró en 1944, con la bendición del Arzobispo de La Habana.
La Tumba del Doble Tres
Seguramente que alguna vez has compartido una partida de dominó en una reunión de amigos pero… ¿sabías que una tumba en el Cementerio de Colón exhibe una ficha del doble tres como explicación de quién yace en ella?
Pues sí, en el “mayor museo al aire libre” existe La Tumba del Dominó y esta es su historia.
Juana Martín de Martín, propietaria del jardín “El Fénix”, en la Habana, era una vehemente jugadora de dominó y según se dice, lo hacía muy bien. Pero dado su temperamento, el ganar siempre constituía para ella una cuestión de honor. En síntesis, que no soportaba perder.
Cuentan que tras una racha de mala suerte en la que había sufrido reiteradas derrotas, Juana se preparaba para jugar una partida de desquite. Según sus hijos lo había tomado tan a pecho que hasta había visitado a una santera, quien le aseguró que ganaría.
Por fin, el 12 de marzo de 1925 le llegó la oportunidad de la revancha. El juego transcurrió plácidamente y al final de la partida a Juana le quedaba una sola ficha en la mano, el Doble Tres y cuándo sobre la mesa apareció un tres, ella se vio con la victoria. Sabía que el jugador a su izquierda estaba “paso” (no llevaba) a esa ficha y según sus cálculos su compañero de juego tampoco debía llevar, así que ella “se pegaría” con el doble tres.
Pero el destino en ocasiones suele ser caprichoso y contra toda lógica, su compañero llevaba el último tres, no se “pasó y la empedernida jugadora, llena de ira y maldiciendo su suerte, cayó muerta de un infarto apretando la ficha del Doble Tres en la mano.
Al enterrarla, sus hijos quisieron dejar para la posteridad su pasión por el dominó y colocaron, encima de la lápida, una jardinera en mármol blanco y negro, con la forma de la ficha que su madre apretaba la fatídica noche de su último juego.
Estas son sólo algunas de las muchas leyendas que puedes encontrar si visitas este museo al aire libre situado en la intersección de las calles Zapata y 12 en el Vedado. Este camposanto es un enorme lugar lleno de mármoles de diferentes colores, construcciones de diferentes estilos y esculturas de famosos – o desconocidos – artistas que no debes dejar de visitar.
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