Esculturales monumentos bajo un infinito cielo azul y un eterno silencio te transmiten una profunda paz al pasar por uno de los más famosos cementerios del mundo.
El único cementerio dedicado a la figura del almirante Colón, podemos encontrar auténticas obras de arte que esconden curiosas e interesantes historias entre sus cientos de esculturas y lápidas. Este es sin lugar a duda uno de los lugares más curiosos y visitados de la Habana.
Con 57 hectáreas, el Cementerio de Colón es el más grande de América. Fue construido en 1869 y la imponente «Puerta de Paz» da la bienvenida a los visitantes y refleja las tendencias de la arquitectura española de la época. Posee un gran número de obras escultóricas y arquitectónicas, razón por la cual los especialistas lo sitúan como tercero de importancia mundial, precedido por el de Staglieno en Génova, Italia y el de Montjuic en Barcelona, España. El Cementerio es una de las 21 necrópolis existentes en la ciudad de La Habana, Cuba.
Su arquitectura barroca, sus caminos escoltados por frondosos framboyanes y palmas, bajo un brillante cielo azul, constituyen paradójicamente la más rotunda negativa a la muerte. Hermosas historias románticas, mitos y leyendas adornan este camposanto donde el luto y el dolor se mezclan con la esperanza y el amor.
La tumba más popular y sin duda la más visitada es la de Amelia Goyri de la Hoz, una dama de alta alcurnia, conocida en la actualidad como «La Milagrosa».
Doña Amelia, fallecida en 1903 a los 23 años, dejó atrás una vida digna de una novela. Tras muchos sinsabores, tuvo que esperar a la muerte de su padre para poder casarse con el hombre que de verdad amaba. Pero la felicidad fue efímera, pues falleció un año después en el transcurso de su primer parto. La mujer fue enterrada con el niño colocado a sus pies. La leyenda dice que, al destapar la tumba tiempo después, el niño apareció en los brazos de la madre. Su desconsolado esposo, José Vicente Adot, no pudo soportar tanto y enloqueció. Acudía cada tarde al camposanto y golpeaba la lápida con la aldaba de bronce gritando: «¡Amelia, despierta! ¡Amelia, despierta!». Día tras día siguió con este ritual hasta que murió 17 años después.
Toda esa historia de sufrimientos convirtió a la dama romántica en imagen venerada. En la actualidad, la estatua compite en protagonismo con los santos y vírgenes de las religiones católica y yorubá. Incluso, La Milagrosa recibe más flores e invocaciones que las demás figuras sacras, mientras las autoridades de la iglesia cubana, perplejas, guardan silencio.
Decenas de personas acuden a La Milagrosa para pedir por sus hijos o por sus asuntos de amores. Desde antaño, el ceremonial incluía hacer sonar las aldabas como hacía el atolondrado esposo. Al retirarse, los visitantes lo hacen caminando hacia atrás para no dar la espalda a la estatua blanca de Amelia.
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